ABANDONO.
A veces no me doy cuenta de que me he ido hasta que vuelvo.
Para irse no hace falta abrir la puerta, ni bajar las
escaleras, ni siquiera moverse del sofá.
Se queda uno quieto, con la mirada perdida en cualquier
sitio y desaparece.
Hubo noches en las que tuve que abrazarme fuerte, días en
los que tuve que aconsejarme en lugares solos o frente al espejo, lagrimas que
yo mismo me limpié.
De esto aprendí que puede abandonarme todo el mundo, pero
mientras yo no me abandone seguimos contra todo y contra todos.
