ACEPTACIÓN.
Cuando nos miramos en el espejo con honestidad y aprendemos
a aceptarnos por lo que realmente somos, ocurre algo profundo: la necesidad de
buscar validación externa o de ejercer poder sobre los demás comienza a
desaparecer.
Esta intimidad con quienes realmente somos fortalece nuestra
base interior, nos devuelve la seguridad que a veces buscamos fuera de nosotros
mismos.
La autoaceptación es un acto de coraje, una decisión de no
ser tu propio enemigo, no luchar batallas internas innecesarias.
Es abrazar lo que somos, con todas las imperfecciones y
singularidad, y decir: "Yo soy suficiente.
"Porque, al
final, el mayor desafío en la vida no es ser perfecto, sino amar quién eres con
bondad.
Y justo después,
viene el segundo desafío: ser feliz con lo que tienes, viviendo con un corazón
lleno de gratitud.
A medida que maduramos, aprendemos a vernos con una visión
más realista, sin las ilusiones que antes nos cegaban.
Aceptamos más, sufrimos menos entendemos más, desesperamos
menos. Amamos más, pero suavemente, sin exigir que la vida u otros nos llenen.
Y cuando finalmente aceptamos lo que somos, con todo lo
bueno que hay y todo lo que aún hay que trabajar, algo mágico sucede: nos
volvemos más aceptando a los demás.
Aceptarse a uno mismo es el primer acto de amor que abre la
puerta a una convivencia más ligera, genuina y empática. Después de todo, la
aceptación comienza dentro de nosotros, pero se hace eco del mundo.
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